domingo, 11 de diciembre de 2011

werther

"No hay un momento que no te consuma, que no consuma los tuyos; no hay un momento en que no seas, en que no debas ser destructor. Tu paseo más inocente cuesta la vida de millares de pobres insectos; uno solo de tus pasos destruye los laboriosos edificios de las hormigas y sumerge todo su pequeño mundo en un sepulcro. ¡Ah! No son las grandes y escasas catástrofes del mundo, no son las inundaciones, los temblores de tierra, que se tragan vuestras ciudades lo que me conmueve, no. Lo que me roe el corazón es la fuerza demoledora que se oculta en toda la naturaleza, que no ha producido nada que no destruya a su prójimo y a sí mismo. De este modo avanzo yo con angustia por mi inseguro camino, rodeado del cielo, de la tierra y de sus fuerzas activas, y no veo más que un mosntruo ocupado eternamente en devorar y destruir".

lunes, 28 de noviembre de 2011

sábado




-         Poneme un ratito en la vaporera así me tira unos días más.
-         Esperá que se caliente un poco, recién la prendo.
-         No tengo apuro. Jorge está en casa lijando las paredes, prefiero llegar para cuando termine. Con el polvo que va a dejar…
-         ¿Vas a pintar? ¡Tu casa está divina!
-         Vos porque no la ves hace mucho. Vinieron los nietos hace algunas semanas ¿te conté?
-         ¿Los de Claudia?
-         Ojalá. Vinieron los de Fernando. Vino él bah, con la estirada esa de la mujer.
-         ¿La rubia?
-         Teñida.
-         Bueno esa.
-         La que conocés vos, Vera.
-         Sí, me acuerdo, una maleducada.
-         Y eso que fue a escuela privada.
-         ¿Si? No se nota Martita.
-         Che esto no calienta nada, Lili.
-         Vos esperá unos minutitos más. ¿Te traigo un café?
-         Sí, dale. Nos va a agarrar navidad acá.
-         ¡Qué poco falta! Te querés acordar, y ya es 24.
-         ¿Lo pasan en tu casa como siempre?
-         Ay, ni me digas, mirá. A Fernando le tengo que decir. Pasa que la estirada esa no la trago.
-         ¿El año pasado fue?
-         Sí, trajo un Vitel Toné espantoso.
-         Quizás lo compró hecho, andá a saber.
-         Pinta de cocinera no tiene.
-         Hoy ninguna sabe. ¿Vos nena sabés?
-         Un poco. Me gusta hacer milanesas.
-         Eso no te va a servir para conseguir marido.
-         Pero con esas tetas.
-         ¡Ay Vera!
-         Y ese peinado con la trencita divino. Te podés hacer cualquier cosa con esa carita.
-         ¡Quién pudiera!
-         Vos callate que estás divina. ¿Te hacés color?
-         Sí, pero bien clarito hoy. Tipo Susana Giménez.
-         ¿La viste anoche? Estaba divina. Tenía un corset de raso violeta, todo apretadito, ¡le hacía una cintura!
-         Y eso que la tele engorda.
-         ¿Sí?
-         Como cinco kilos.
-         ¡No me digas!
-         ¿Y la que estuvo el otro día?
-         ¿La Juanita Viale?
-         Une hermosura de chica. Lástima la familia.
-         ¿Fue con la familia?
-         No, con la familia no fue. Pero Susana le preguntaba de la familia viste.
-         Ay, con lo que sufrió esa chica.
-         Igual muy delicada Susana.
-         ¡No me digas!
-         Y ella muy bien también, aunque emocionada.
-         ¿Y qué querés?
-         ¿Ya sentís el calor, Martita?
-         Si Lili, paralo ahí o me vas a quemar las raíces.
-         ¿Trajiste la tintura?
-         Acá, tomá.
-         Che ¿y Juanita cómo estaba?
-         Como siempre, divina, ¿por qué?
-         Bueno, se dice que andaba en unas…
-         ¡No me digas!
-         Qué desgracia, una chica tan joven.
-         ¡Y tan mona!
-         Esa seguro no sabe cocinar.
-         Ni una milanesa.
-         ¿Te gusta atado así nena?
-          Me tira la trenza, ¿no la podés aflojar?
-         Es así, sino se te deshace. Te tiene que durar toda la noche.
-         ¿Tenés una fiesta?
-         Un casamiento.
-         Ay, qué lindo. La gente ya no se casa.
-         Ahora se casan los putos.
-         Callate. No sabés quién se destapó.
-         ¿Quién?
-         Miguel, el hijo de Norma.
-         ¿Miguelito?
-         Sí, el rubiecito, flaquito.
-         ¡Con lo lindo que es!
-         Se veía venir. Yo lo dije siempre.
-         Es culpa de ella. Le estaba mucho encima.
-         ¿Cuál es Norma?
-         La que se hace la planchita. Viene los martes.
-         ¿Es grande?
-         No, tendrá unos 60.
-         Bueno, una piba no es.
-         Pero se conserva. Aunque esto de Miguelito le puso diez años encima.
-         No es para menos. ¡Qué disgusto!
-         A ver, tenete este mechón para acá.
-         ¿Ahí?
-         Si. Ya termino. ¿A qué hora es la iglesia?
-         Nunca empiezan a horario.
-         La de Fernando empezó tardísimo.
-         ¿Si?
-         Por culpa de ella. No llegaba más.
-         Ya podés soltar querida.
-         Me quería morir cuándo la vi.
-         ¿Fea?
-         ¡El vestido! Color crema, parecía sucio.
-         ¿Y el peinado?
-         Recogido así nomás, como si estuviera baldeando.
-         ¡No me digas!
-         Che, Lili me corro. La vaporera ya está.
-         Esperá que le cobro a ella. Cincuenta nena.
-         Un regalo. Hoy no hacés nada con esa plata.
-         Callate, ¿viste el precio del tomate?
-         Por ahora me alcanza para las clases de salsa.
-         ¿Seguís yendo?
-         ¿Y el morocho ese? ¿cómo se llamaba?
-         ¿Javier?
-         No va más, se enganchó con una pendeja, y no volvió a aparecer. ¿Te corto también Vera?
-         Las puntas nomás.
-         ¿Era linda la pendeja?
-         No. Pero era tetona.
-         Prendé un poco el aire Lili, nos vamos a derretir. ¿Tenés para mucho?
-         No, en un ratito te corto. ¿Tenés apuro?
-         No, si es sábado.

domingo, 6 de noviembre de 2011

martes, 24 de mayo de 2011

La Risa

Era un día soleado y tenaz, y la ciudad hervía de gente persiguiendo descuentos. La calle principal estaba colmada, y para cruzarla había que esquivar carteles, mesas de bares y mantas cubiertas por zapatillas truchas de todos los modelos y tamaños posibles.
Sobre la vereda, además, se desplegaba una familia de ocho integrantes que, ajenos al fervor comercial, se repartían naranjas cortadas en mitades.
La madre, gigante y morocha, administraba las raciones según las edades mientras que el hombre, gigante y morocho, dormitaba apoyado en la entrada de un edificio angosto.
Los chicos eran seis. Tenían las caras curtidas de sol, y las manos salivadas.
El más pequeño apenas se mantenía en pie. Gateaba descalzo entre los transeúntes, bailando entre una marea de pantorrillas y zapatos, mordisqueando su mitad mientras dos de sus hermanos se peleaban a mano limpia por el último cuarto, como si la naranja, y el mundo todo, fueran a agotarse al siguiente instante.
El menor del clan aprovechó la disputa, le arrebató la pequeña pieza a uno de sus hermanos y se la llevó de inmediato a la boca.
Los gritos de los dos niños pronto despertaron al hombre, que se mantuvo de todos modos inmóvil sobre la puerta.
La madre, de un salto, le sacó la naranja de la boca y le propinó un golpe liviano pero contundente en el mentón.
El menor se paró sobre sus dos pies descalzos y gritó:
-Negra puta.-
La madre estalló en una carcajada, y pronto reían los ocho. La naranja rodaba sobre el cordón.